Nuestro Señor albergo en su corazón el gran deseo de crear un espíritu, un espíritu misionero, un ardor evangélico, que se extendiera por el mundo entero. El vino a prender fuego en el mundo y quiso que este ardiera (Lc 12,49. Rv. pág 8).
A menos que, el fuego que Cristo vino a traer a la tierra, sea encendido en la vida de cada laico bautizado, la iglesia mantendrá su vitalidad misionera. Porque el mandato que Jesús dio a sus apóstoles, vallan y hagan discípulos entre todos los pueblos, bautizándolos, consagrándolos al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo, y ensenándoles a cumplir todo lo que yo les he mandado (Mt 28, 19-20; Mt 19), dará susfruto en el nacimiento del compromiso laical, en la vida de la Iglesia, como pueblo de Dios siempre en misión, anunciado y construyendo el reino de Dios.
Dios nos llama de manera individual: El Señor dijo a Abram: Vete de tu tierra, de entre tus parientes y de la casa de tu padre, a la tierra que yo te mostraré (Gen 12,1). A los seis meses, Dios envió al ángel Gabriel a Nazaret, pueblo de Galilea, a visitar a una joven virgen… La virgen se llamaba María. El ángel se acercó a ella y le dijo: Alégrate, llena de gracia, el Señor está contigo (Lc 1,26-28).
Y, también, Dios nos llama como pueblo: Ellos serán mi pueblo, y yo seré su Dios (Ex 32,38). Jesús llamó a sus doce discípulos, y les dio autoridad para expulsar a los espíritus impuros y para curar toda clase de enfermedades y dolencias (M10,1).
Solamente hace falta que,iluminados e instruidos por la verdad del evangelio,el laico o todos los bautizados nos veamos como pueblo de Dios y asumamos la misión encomendada por Jesús a su Iglesia. Misión que debemos realizar todos, como pueblo de Dios, unidos a nuestro Pastor, Cristo, como él dijo: Yo soy la vid usted son los sarmientos. El que permanece en mí y yo en él ése da mucho fruto, porque separados de mí no pueden hacer nada (Jn 15, 5).
Todos unidos a Cristo, sin distinción alguna, tenemos un lugar en el pueblo de Dios, en la Iglesia de Cristo. Como lo indica el apóstol Pablo, tomando el ejemplo del cuerpo y sus miembros. En el cuerpo todos los miembros tienen una función necesaria e importante en la totalidad de lo que es el cuerpo. Y, de manera semejante, en la Iglesia, todos sus miembros son de gran importancia para la edificación de la misma, como cuerpo de Cristo. (1Co 12,12-30).
El papel del laico en la Iglesia, como lo describe nuestra regla de vida no es, pues,algo simplementeinnovador, ni un espíritu inventado en tiempos modernos sino más bien es el espíritu del evangelio, el fuego que Cristo vino a derramar, deseando que permanezca encendido en otros, a través de la obra de su Espíritu (pág 2). Por tanto, la Iglesia sin el compromiso misionero de los laicos es un Iglesia apagada esperando sea encendido el fuego del evangelio en la vida de cada uno de los bautizados, cumpliéndose así el gran deseo de Jesús: He venido a arrojar un fuego sobre la tierra cuanto desearía que ya hubiera prendido (Lc 12,49).
P. Orlando Bonilla ST
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